LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAÍSO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA – José Luis Orella

LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAISO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA Introducción El descubrimiento de América es uno de los grandes acontecimientos de la historia universal y escribe a España como una de las naciones cuna de civilización. La monarquía española controlará extensos territorios, que en el siglo XVIII abarcarán desde Alaska hasta la Araucania. Sin… Seguir leyendo LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAÍSO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA – José Luis Orella

Antonio Domínguez Ortiz, de la Real Academia Española de la Historia, al iniciar el capítulo titulado El gran siglo nos dice:

Aunque más dinámica que la Alta, la Baja Edad Media española medía su ritmo por siglos: se necesitaron dos, el XI y el XII, para decidir si España sería europea o africana, y en los siglos XIV y XV España se abrió a otros horizontes, los mares del vasto mundo. A la vez que esto ocurría en Occidente, la Europa nuclear, desde los Pirineos hasta el Elba, heredera del Imperio Romano de Occidente, quedaba libre de la amenaza de las estepas de Asia. No así el antiguo imperio de Oriente, luego llamado Bizantino, engullido lentamente por los otomanos, substraído a la cristiandad y a las formas de vida y cultura ligadas a ella. En el otro extremo de Asia, una China milenaria, inalterable, continuaba desplegando sus ciclos, mientras en el occidente de Eurasia se incubaba el Gran Viraje. En aquel milenario desplazamiento del centro de gravedad de la cultura humana desde Egipto a Grecia y luego a Roma, tras el intermedio de los Siglos Oscuros le llegó el turno al extremo Occidente, a los pueblos de la Península Ibérica. Ellos protagonizaron la más grande aventura jamás realizada, la circunnavegación del Planeta, en unos sitios plantando jalones, en otros implantándose de modo definitivo, trasplantando personas, creencias y modos de vida incubados en el extremo euroasiático a escenarios más vastos. El viraje de Magallanes-Elcano materializó esta revolución sin precedentes y el Tratado de Tordesillas dio marco legal al más ambicioso, al más increíble de los proyectos: el reparto del Globo entre dos pueblos ibéricos.

 Antonio Domínguez Ortiz,  España. Tres milenios de Historia,  Madrid, Ediciones de Historia, 2001, p 131.

2.3      Tomás de Mercado.

2.3      Tomás de Mercado.  Lucas Beltrán nos refiere esta sencilla y sugerente semblanza de Tomás de Mercado[1]:  Este autor nació en Sevilla, en fecha desconocida, pero sin duda próxima a 1530. Muy joven fue a América y, en la ciudad de Méjico, ingresó en la Orden de Santo Domingo. Durante un tiempo ejerció el… Seguir leyendo 2.3      Tomás de Mercado.

Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.

La visión del mercado personalizado en agentes identificables es un error: ninguna persona es el mercado. En las sociedades modernas, los mercados son redes complejas necesariamente impersonales, que fomentan y aprovechan la especialización, y consiguen así la cooperación eficiente de un número de personas que jamás habrían unido sus esfuerzos si ello hubiese requerido el conocimiento y la identificación individual de cada uno.

 A los socialistas (de todos los partidos, que diría Hayek) les repugna la idea de algo no controlado, y por eso gustan de fantasear con teorías conspirativas sobre unos malos que mandan. Es la gran excusa para intervenir, porque, después de todo, si los mercados están manejados por las multinacionales o por los especuladores, entonces será mejor que los controlen “democráticamente” las benéficas autoridades. 

Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp.  222-223

«Se puede planear por anticipación cuando el plan se dirige hacia determinado fin (como la ganancia), pero no se puede planear con anticipación cuando no se sabe la finalidad perseguida». 

Hicks, Valor y Capital, FCE, México 1974, p. 275.

Si cuanto existe en el universo (hidrógeno, oxígeno, piedras o gatos) es susceptible de ser identificado, clasificado, y su naturaleza examinada, entonces también lo puede ser el hombre. Los seres humanos también han de tener una naturaleza específica con propiedades investigables y de las que obtener conocimiento. Los seres humanos son seres únicos en el universo en el sentido de que pueden estudiarse a sí mismos[1], además del mundo que les rodea, y de hecho lo hacen, en el intento de hacerse una idea de qué objetivos deben buscar y qué medios pueden emplear para alcanzarlos[2]. 

[1] Recordar es saber, cuando brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la mismidad. El tiempo de la anamnesia, de la reminiscencia, se despierta desde la reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismo. Entonces se descubren significaciones, intenciones, contextos. Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), p. 257
[2] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 33.

Para entender mejor cuál era el significado de la palabra «naturaleza» en los tiempos medios, resulto útil acudir a la etimología. El vocablo tiene en su origen semántico un doble aspecto. «Natura» procede del participio pasivo –natus- del verbo nascor, nacer. Nascor proviene a su vez de «gena», engendrar. Es decir, lo que surge y nace, lo que es engendrado. El término naturaleza equivale, pues, a natividad, a nacimiento, a generación de los vivientes, en cuya raíz se encuentra el cambio, la mutación, el devenir. Significa, en consecuencia, dos cosas a la vez. Por una parte, la existencia de un principio con fuerza suficiente para engendrar, para hacer nacer, para crear; por otra, la cosa acabada, el resultado, lo engendrado en su totalidad

Rodríguez Casado, Vicente,  Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo. Madrid: Espasa-Calpe, 1981; p. 40.

“En general, la mecánica cuántica no predice un único resultado de cada observación. En su lugar, predice un cierto número de resultados posibles y nos da las probabilidades de cada uno de ellos. Es decir, si se realizara la misma medida sobre un gran número de sistemas similares, con las mismas condiciones de partida en cada uno de ellos, se encontraría que el resultado de la medida sería A un cierto número de veces, B otro número diferente de veces, y así sucesivamente. Se podría predecir el número aproximado de veces que se obtendría el resultado A o el B, pero no se podría predecir el resultado específico de una medida concreta. Así pues, la mecánica cuántica introduce un elemento inevitable de incapacidad de predicción, una aleatoriedad en la ciencia.”

Stephen W. Hawking, Historia del Tiempo, Editorial Crítica, S.A., 1988. Pág.84