Schumpeter se dio cuenta de que las raíces del análisis económico descansan en la filosofía moral más que en el mercantilismo, como la mayoría de los historiadores anteriores habían sostenido. La principal corriente, en opinión de Schumpeter, se originó con Aristóteles y la escolástica medieval, incluidos los doctores de los siglos XVI y XVII

Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica, 1983, p. 17.

Para los austriacos la concepción subjetivista consiste en el intento de construir la Ciencia Económica partiendo siempre del ser humano real de carne y hueso, considerado como actor creativo y protagonista de todos los procesos sociales. Por eso, para Mises, “la teoría económica no trata sobre cosas y objetos materiales; trata sobre los hombres, sus apreciaciones y, consecuentemente, sobre las acciones humanas que de aquéllas se deriven. Los bienes, mercancías, las riquezas y todas demás nociones de la conducta, no son elementos de la naturaleza, sino elementos de la mente y de la conducta humana. Quien desee entrar en este segundo universo debe olvidarse del mundo exterior, centrando su atención en lo que significan las acciones que persiguen los hombres.” 

Ludwig von Mises, La acción humana: Tratado de economía, 5ª edición española traducida por Joaquín Reig Albiol y publicada con un “Estudio Preliminar” de Jesús Huerta de Soto, Unión Editorial, Madrid, 1995, (6ª. ed., 2001), pp. 111-112.

Más adelante, en la p. 169, Mises añade, en la misma línea, que “la producción no es un hecho físico, natural y externo; al contrario, en un fenómeno intelectual y espiritual”.

Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002,  p. 27.

Todos nuestros doctores estuvieron por el libre mercado y, en especial y de manera explícita, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina y Tomás de Mercado declararon que el precio moralmente justo no es el precio de coste, sino el formado de acuerdo con la oferta y la demanda, con exclusión de violencia, engaño o dolo, y siempre que haya suficiente número de compradores y vendedores, es decir, en ausencia de situaciones de monopolio, que estos doctores tenían por un crimen.

Rafael Termes Carreró, “Humanismo y ética para el mercado europeo”,en Europa, ¿mercado o comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro. Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999, p. 33.

El cálculo económico de individuos, empresas e instituciones se realiza a través del dinero. A través del dinero se canalizan las necesidades y objetivos de los consumidores finales, estableciéndose determinados coeficientes de precios relativos entre los bienes. Cuando aumenta la cantidad de dinero disponible, el poder adquisitivo de la unidad monetaria decrece o, dicho más claramente, significa que con los mismos euros o dólares se pueden adquirir menos cosas que antes. Algunos estudiosos de la Economía prefieren por eso llamar inflación a ese aumento de la cantidad de dinero disponible en vez de la acepción más común y extendida que se refiere a la generalizada subida de los precios. Esta es, en efecto, la consecuencia necesaria y aquélla, la causa que lo produce. El objetivo básico, tanto económico como financiero, y también laboral, es, por lo tanto, controlar y hacer que la inflación disminuya. Los grandes desastres históricos han estado habitualmente precedidos de distorsiones y crisis económicas consecuencia de los procesos inflacionistas. La peor enfermedad monetaria y económica es la inflación.

      

   La ética en general, como la virtud ética de la justicia, no consiste en dar, cumplir obligaciones, tomar decisiones de ahorro, realizar inversiones o repartir cosas en base a los fríos datos impersonales que nos transmiten los índices o los innumerables conjuntos funcionales. La responsabilidad ética, por ejemplo, de quienes toman determinadas decisiones en una entidad financiera tiene que mirar por las consecuencias concretas sobre los accionistas, sobre los trabajadores específicos, sobre los depositantes o clientes con  sus originales peculiaridades. Para considerar el comportamiento ético en los mercados financieros el capital debe ser tratado no como una simple cosa neutral sino como algo cuya concreción depende de la decisión responsable de determinadas personas que lo aportan al logro de distintos objetivos empresariales. Detrás de todo índice y detrás de cada activo financiero y de toda concreción del capital hay que ver personas.

JJ Franch

El valor económico de los actos del sujeto tiene su origen y explicación en la satisfacción de las necesidades humanas y, en función de la utilidad que proporcionan los bienes o servicios producidos por tales actos, se refleja, más o menos perfectamente, en los precios de mercado de dichos bienes y servicios. El valor psicológico y el valor ético de los actos humanos son valores subjetivos, es decir, expresan realidades que se producen en el interior de las personas y, en consecuencia, no pueden ser objeto de mercado, pero, para la mejora tanto de las personas como de las instituciones, que, al fin y al cabo, son obra de las personas, es absolutamente necesario que estas realidades sean de signo positivo.

Rafael Termes Carreró,Humanismo y ética para el mercado europeo”,en  Europa, ¿mercado o comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro. Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999, p. 39

Respecto al precio de las cosas no se atiende a la naturaleza de las mismas, cuando entre la cosa que se  vende y la que se compra no existe ninguna proporción, pues son de diversa especie, sino que se atiende a la estimación y convenio común de los hombres…Queda pues que el precio de la cosa ha de ser buscado en la común estimación de los hombres.

 Además el dinero varía según los diversos tiempos y lugar; lo que, sin embargo, no ocurriría si por naturaleza del dinero existiese un precio del mismo dinero, es decir, tanto valor.

 Se sigue de este principio que donde quiera se halla alguna cosa venal de modo que existen muchos compradores y vendedores de ella, no se debe tener en cuenta la naturaleza de la cosa, ni el precio al que fue comprada, es decir, lo caro que costó y con cuantos trabajos y peligros.

Francisco de Vitoria (1483-1546) Comentarios a la II-II de la Summa Theologica de Santo Tomás Questio 77, art. 1 Texto que proviene de Restituto Sierra Bravo, El pensamiento social y económico de la Escolástica, Madrid, 1975, pp. 603-605.

«Lo que un descubridor descubre es un conocimiento de cuya misma ignorancia no era anteriormente consciente. Por ejemplo, descubrir una palabra nueva es descubrir una palabra que uno mismo no sabía que no supiera que existía. Descubrir el significado de una palabra, si uno sabe que ignora su significado, es descubrir que el conocimiento de ese significado está disponible de un modo que uno no sospechaba, es decir, que uno mismo no sabía que no supiera lo fácil que era encontrar su significado.»

Israel M. Kirzner.Creatividad, Capitalismo y Justicia Distributiva. Nueva Biblioteca de la Libertad 12. (Madrid: Unión Editorial, S.A. 1995). p. 73

Se tiene que señalar, sin embargo, que no es imposible encontrar el común denominador entre diferentes juicios de valor y que aun­que esta importante verdad está bastante trillada cuando se expresa explícitamente, con frecuencia se olvida en las discusiones abstractas del bien final. Eso se puede ver en el hecho de que, aunque pocos llegarían a un acuerdo sobre lo que se debería considerar como bienestar positivo, hay un acuerdo casi unánime en el punto en que la falta de las necesidades elementales de la vida humana producen el bienestar negativo o «malestar». El bienestar positivo, ya para un individuo o para la sociedad, no se puede alcanzar generalmente sin terminar primero con las causas del bienestar negativo. Hombres corrientes han expresado esta idea en términos de humanidad co­rriente y ética cristiana o budista. La misma idea se encuentra en el concepto de Hobson de «coste humano», la distinción de Hawtrey entre los productos «protectivos» o «de utilidad» y los «creativos» y la defensa del profesor Pigou de un nivel mínimo nacional de la renta real.

Cfr. Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.