En las teorías macroeconómicas generalmente aceptadas, los procesos circulares input-output, donde el nuevo output se convierte en bien intermedio y en input para una nueva unidad económica, quedan truncados precisamente en la familia. Los consumos familiares, siguiendo a Carl Menger, fundador de la cada vez más influyente Escuela Austríaca, se convierten en bienes de primer orden, es decir en bienes finales que transmiten derivadamente su valor a los bienes intermedios de segundo, tercer, cuarto orden…etc. Quedan ordenados así los distintos bienes según la relación causal respecto a los bienes de primer orden.

No deja de asombrar que, con ocasión de organizar su clásica apología del totalitarismo, Platón contribuyera a la genuina ciencia económica, siendo el primero en exponer y analizar la importancia de la división del trabajo en la sociedad. Al estar su filosofía social fundada sobre la necesaria separación entre clases, Platón procedió a demostrar cómo tal especialización se funda en la naturaleza humana, en particular en su diversidad y desigualdad. Platón hace decir a Sócrates en La República que la especialización hace que «no somos todos iguales, sino que hay una gran diversidad de naturalezas entre nosotros que se adapta a las diferentes ocupaciones».

Como los hombres producen cosas diferentes, se intercambian de modo natural unos bienes por otros, con lo que la especialización necesariamente da paso al intercambio. Platón también señala que esta división del trabajo incrementa la producción de todos los bienes.

[5] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 41.

En la economía real, no teórica, la norma es la norma que nos marcan los apremios de la naturaleza humana y, por tanto, la única lógica es la lógica de la naturaleza humana. Esa norma y esa lógica marcan las dosis, combinaciones, formas, calidades y medidas de los distintos bienes y servicios; y a producir esos bienes y servicios últimos con esas dosis, combinaciones, formas, calidades, proporciones y medidas se adecuan los distintos medios de producción en cada etapa productiva.

«Podemos entender entonces la economía como ese proceso dinámico, acumulativo y expansivo en valor que consiste en la transformación ordenada de la materia generación tras generación de cara a una vida mejor y proporcionadamente más adecuada para el mayor número de personas.  Es esa lucha constante por erradicar la pobreza en todos sus aspectos. Éste es uno de los grandes objetivos que la humanidad está tratando de alcanzar desde los siglos originales perdidos en el tiempo.»

Aun cuando continúo pensando que principalmente soy economista, he llegado a la conclusión, para mí cada vez más evidente, de que las respuestas a muchos de los acuciantes problemas sociales de nuestro tiempo encuentran, sin duda, su base sustentación en principios que caen fuera del campo de la técnica económica o de cualquier otra disciplina aislada”.

Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 4ª edición., 1982. p. 22

Crusoe debe producir antes de poder consumir. Sólo respetando esta secuencia le es posible el consumo. En este proceso de producción,  de transformación, el hombre moldea y modifica el entorno natural para sus propios fines, en lugar de verse simplemente determinado, como los animales, por este entorno.

Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Pág. 61.
 La transformación económica del mundo en los últimos doscientos años es conocida por todos, pero no suficientemente apreciada. El libro de Adam Smith ‘Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones’ proclamó en 1776 las ventajas de la economía de mercado, de la libertad para producir bienes, cambiarlos y consumirlos, y sus efectos beneficiosos fueron de una magnitud de la que pocos se dan cuenta.                
Antes de 1776 la vida de la gran mayoría de los hombres era corta, pobre y dura. En Europa, las hambres y las pestes barrían las naciones cada treinta años aproximadamente. En Francia, en vísperas de la Revolución, el ochenta por ciento de las familias destinaban a pan el noventa por ciento de sus ingresos. Y Francia era entonces el país más rico del mundo. Los viajeros europeos que se atrevían a visitar las tierras de Asia y África encontraban allí manifestaciones de miseria más intensas que las que estaban acostumbrados a ver en sus países.
 La visión de la realidad económica anterior al siglo XVIII está deformada por las obras de arte de aquel tiempo que han sobrevivido: los palacios, las pinturas, las esculturas, los muebles, las joyas. Pero estas maravillas eran la consecuencia de unas diferencias de rentas entre las personas muy superiores a las actuales. Tales obras de arte las disfrutaban solamente una pequeña minoría de la población. La mayor parte de los hombres y mujeres pasaron por el mundo consumiendo muy poco y sin dejar rastro de su miseria.
 Las ideas de  Adam Smith tuvieron general aceptación, los gobiernos inspiraron sus leyes en ellas y sus resultados fueron asombrosos.  En Inglaterra los salarios reales doblaron entre 1800 y 1850 y volvieron a doblar entre 1850 y 1900. Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la población inglesa se cuadruplicó. En Estados Unidos la libertad económica, juntamente con la libertad política y la democracia, fueron proclamadas principios de la vida del país desde su  independencia, e hicieron de él el más rico estable y poderoso del mundo. En las demás naciones existió un estrecho paralelismo entre la intensidad de la aplicación de la economía de mercado y la rapidez de su desarrollo económico. Estos procesos han continuado hasta hoy, a través de crisis y alternativas: la libertad política, la libertad económica, la estabilidad social y el bienestar popular han ido casi siempre juntos. La intervención del Estado en la economía, la tiranía, el desorden y la revolución han estado también asociados.
Lucas Beltrán, Op. cit., pp. 234-235

Dos son las partes de la justicia, hacer el bien y apartarse del mal.

El primero no se debe a todos promiscuamente, sino a personas determinadas; y a quien principalmente se debe es a Dios y a los padres según Dios; sin embargo, no injuriar y no herir es cosa debida a todos; y por eso, después de la primera tabla y del cuarto mandamiento con los cuales mándanse aquellas cosas que se deben a Dios y a los padres, prohíbense muy acertadamente en general los males de todos[1]. La justicia es a otro; mas la fortaleza y la templanza componen al hombre en orden a sí mismo[2].

[1]  Domingo de Soto, Tratado de la justicia y el derecho, T. II, Madrid, Editorial Reus, 1922 T. II, p. 50.
[2]  Domingo de Soto, Ibid. T. II, p. 23.

Marshall  en sus Principios de Economía definía la Economía como:

«el estudio de las actividades del hombre en los actos corrientes de la vida; examina aquella parte de la acción individual y social que está íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar. Así, pues, es, por una parte, un estudio de la riqueza, y, por otra -siendo ésta la màs importante-, un aspecto del estudio del hombre

Para los austriacos la concepción subjetivista consiste en el intento de construir la Ciencia Económica partiendo siempre del ser humano real de carne y hueso, considerado como actor creativo y protagonista de todos los procesos sociales. Por eso, para Mises, “la teoría económica no trata sobre cosas y objetos materiales; trata sobre los hombres, sus apreciaciones y, consecuentemente, sobre las acciones humanas que de aquéllas se deriven. Los bienes, mercancías, las riquezas y todas demás nociones de la conducta, no son elementos de la naturaleza, sino elementos de la mente y de la conducta humana. Quien desee entrar en este segundo universo debe olvidarse del mundo exterior, centrando su atención en lo que significan las acciones que persiguen los hombres.”  Ludwig von Mises, La acción humana: Tratado de economía, 5ª edición española traducida por Joaquín Reig Albiol y publicada con un “Estudio Preliminar” de Jesús Huerta de Soto, Unión Editorial, Madrid, 1995, (6ª. ed., 2001), pp. 111-112. Más adelante, en la p. 169, Mises añade, en la misma línea, que “la producción no es un hecho físico, natural y externo; al contrario, en un fenómeno intelectual y espiritual”. 

Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002,  p. 27.