Marshall  en sus Principios de Economía definía la Economía como:

«el estudio de las actividades del hombre en los actos corrientes de la vida; examina aquella parte de la acción individual y social que está íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar. Así, pues, es, por una parte, un estudio de la riqueza, y, por otra -siendo ésta la màs importante-, un aspecto del estudio del hombre

Para los austriacos la concepción subjetivista consiste en el intento de construir la Ciencia Económica partiendo siempre del ser humano real de carne y hueso, considerado como actor creativo y protagonista de todos los procesos sociales. Por eso, para Mises, “la teoría económica no trata sobre cosas y objetos materiales; trata sobre los hombres, sus apreciaciones y, consecuentemente, sobre las acciones humanas que de aquéllas se deriven. Los bienes, mercancías, las riquezas y todas demás nociones de la conducta, no son elementos de la naturaleza, sino elementos de la mente y de la conducta humana. Quien desee entrar en este segundo universo debe olvidarse del mundo exterior, centrando su atención en lo que significan las acciones que persiguen los hombres.”  Ludwig von Mises, La acción humana: Tratado de economía, 5ª edición española traducida por Joaquín Reig Albiol y publicada con un “Estudio Preliminar” de Jesús Huerta de Soto, Unión Editorial, Madrid, 1995, (6ª. ed., 2001), pp. 111-112. Más adelante, en la p. 169, Mises añade, en la misma línea, que “la producción no es un hecho físico, natural y externo; al contrario, en un fenómeno intelectual y espiritual”. 

Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002,  p. 27.

Los platónicos juzgaban la existencia real concreta, fáctica, temporal del hombre muy limitada. En realidad, esta existencia (la única de la que tenemos experiencia) supone para ellos una caída del hombre respecto de un estado anterior de gracia, respecto de su modo de ser original, ideal, perfecto y eterno, de una perfección casi divina y sin límites, que ahora ya no existe. En el audaz giro semántico de los platónicos, este modo de ser perfecto se convirtió en el modo de ser verdaderamente real, en la verdadera esencia del hombre, de la que nosotros hemos sido alienados o despojados. La naturaleza del hombre (y la de las demás entidades) del mundo consiste en ser algo y en serlo en el tiempo; con el giro semántico platónico, sin embargo, el hombre verdaderamente existente es el eterno, el que existe fuera del tiempo y carece de limitaciones. Se supone así que la condición del hombre sobre la tierra es de degradación y alineación, y que su tarea consiste en volver a ese modo de ser «verdadero», ilimitado y perfecto que supuestamente era el de su estado original. 

Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 34.

El mercado no es otra cosa que una maravillosa justificación y apreciación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista y de todas las perspectivas. Para sacar el máximo partido a cada situación el individuo deberá actuar según el sentido común espontáneo de su propia perspectiva haciendo caso omiso de los imperativos que desde las cúspides de poder o desde la presión de las modas o las opiniones públicas abstractas tratan de coaccionarle. Cada uno procurará extraer el máximo valor a cada circunstancia siendo fiel al imperativo unipersonal y familiar que representa su individualidad. De esta forma conviene afirmar desde el principio que el intercambio potencia la riqueza porque con el intercambio todos los actores y todos los patrimonios, ganan. El valor de uso total aumenta. La comple­mentariedad horizontal y vertical de los patrimonios ha aumentado y ha aumentado, por tanto, su valía.

La propiedad privada constituye, pues, la base de toda actividad individual independiente; es el terreno fecundo donde germinan las semillas de la libertad, donde echa raíces la autonomía personal y donde se genera todo progreso, tanto espiritual como material

Ludwig Von Mises. Sobre Liberalismo y Capitalismo, Nueva Biblioteca de la Libertad, 10,  Madrid, Unión Editorial, S.A.,  1995,  p. 80

Por supuesto este no es el caso de desarrollar toda una teoría en torno a la metáfora, por lo que no voy a contemplar las variadas definiciones que en torno a la misma han surgido en los últimos años. En líneas generales me centro en los aspectos clásicos de considerar tropo o metáfora a aquella palabra o palabras percibidas como a-normales en el uso cotidiano, es decir, términos que escapan al uso normal de la lengua. En esta línea se encuentra el trabajo de Albert katz, al referir su experiencia con su hija, indicándonos el modo de reconocimiento metafórico, cuando al decirle: “The grass is greener on the other side” , la niña, de cinco años le indica que reconoce las palabras pero no lo que quiere decir y afirma con Winner que los niños son capaces de reconocer el uso no literal del lenguaje antes de conocer su existencia.

   Inicialmente parto de tres hipótesis: En primer lugar la diferenciación según la psicología en tres tipos de inteligencia, estudiadas como capacidades de los niños. A) Lógico-matemática B) Manipulativa C) Creativa. En segundo lugar se trata de relacionar el lenguaje, en este caso el castellano,  con las tres capacidades citadas. Al analizar el desarrollo del castellano nos damos cuenta de la afluencia de metaforización que dificulta el proceso de traducción a otros idiomas, en este apartado cabe preguntarse por qué se origina esta afluencia. Si relacionamos esta capacidad metafórica con los tres tipos de inteligencia, indudablemente con la que se  relaciona es con la inteligencia creativa.  En tercer lugar, esta inteligencia creativa y la capacidad metafórica convertiría en “casi natural” tras el proceso del Modernismo y  la Vanguardia  la aparición de lo real maravilloso y del Realismo mágico avalados además por ser el castellano una lengua constantemente en contacto con otras culturas durante la etapa de su conciencia como idioma. 

Rocío Oviedo y Pérez de Tudela, “Creatividad y metáfora: el ejemplo del castellano y la literatura hispanoamericana” , 2º Congreso de la Asociación coreana de hispanistas, Alcalá de Henares, 27 a 29 de junio de 2002.

Kramen cita al historiador  William L. Schurz quien en un estudio publicado en 1939 “describía las riquezas del galeón de Manila, solitario bajel que durante más de dos siglos surcó las aguas del Pacífico entre Asia y Acapulco llevando en sus bodegas las fortunas y esperanzas de españoles, mexicanos, chinos, japoneses y portugueses, y auténtico símbolo del alcance internacional de los intereses ibéricos. El imperio, como el incansable galeón, sobrevivió durante siglos y sirvió a muchos pueblos. Muchos de ellos eran, inevitablemente, españoles, pero otros provenían de todos los rincones del globo.”

Imperio p 13

Toda aquella variopinta y aparente anarquía del universo exterior (digo aparente porque percibimos que en el fondo está ordenada) -de la que la humanidad se sirve diariamente para cumplimentar sus apremios y satisfacer sus anhelos- es dominada y ha sido apropiada(1) por unos y otros a lo largo de la historia. No todo es de todos sino que cada quien tiene determinados ámbitos de dominio sobre los que ejerce su influencia transformándolos a su buen entender. Ligado a  cada persona –física o jurídica- o a cada institución siempre hay un determinado patrimonio del que aquella se responsabiliza y administra. El derecho delimita el campo sobre el que,  no solo intencionalmente, sino de hecho, podemos aplicar nuestras facultades para desarrollar nuestros proyectos y alcanzar nuestros objetivos.

Jose Juan Franch – Persona humana y patrimonio personal.
[1] Hayek –entre otros muchos- consideró la propiedad un aspecto vital y de carácter universal. Llamaba a esa capacidad de dominio propiedad plural, en vez del término más usado de propiedad privada quizás más cerrado y ensimismado.

Infinidad de veces actúan simultáneamente muchos bienes para alcanzar una utilidad común. Por ejemplo, papel, pluma y tinta sirven conjuntamente para escribir; aguja e hilo, para coser; aperos, semillas, terreno y trabajo para producir grano. Menger ha llamado ‘bienes complementarios’ a los bienes que mantienen entre sí semejante relación. Surge entonces la siguiente pregunta, tan notoria como difícil: en tales caso, qué parte de la utilidad común hay que atribuir a cada uno de los bienes complementarios que contribuyen a esa utilidad y qué leyes deciden sobre la cantidad proporcional del valor y del precio de los mismos.

Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, Volumen I, La Teoría Económica. Unión Editorial – Madrid, 1999, pág. 219.