La convergencia de una concatenación de descubrimientos científicos a lo largo de la historia tales como el ábaco, el cálculo matemático con el sistema binario, la electricidad, el silicio, la  fibra óptica,…etc., han hecho posible ese despliegue global desde la persona individual a través de la microinformática personal influyendo sobre  el lenguaje, las ciencias, el arte y, desde luego, la economía. Todas las actividades industriales y de servicios, también las agrícolas y especialmente el mundo financiero, junto al estilo de vida de nuestras sociedades, se encuentran aceleradamente afectadas y ello implica cambios importantes institucionales, jurídicos y sociales, en algunos casos ciertamente complejos.

El hombre trata de dominar toda esa inmensa potencia de la Naturaleza para reorientarla hacia sus preferencias y, por lo tanto, humanizarla. Trata de domeñarla con su trabajo diferenciado pero complementario y con los medios e instrumentos tecnológicos de capital  que va teniendo a su alcance según las circunstancias y la concatenación de descubrimientos innovadores a lo largo de cada tiempo histórico.  Y si decíamos que el factor productivo Tierra en sí mismo era altamente productivo desde el punto de vista meramente material -ya que se multiplicaba de forma exponencial en redes físico-químicas y biológicas- qué no decir de esa riqueza inigualable a nuestra disposición cuando es trabajada y reorientada con la potencia tecnológica cada vez más sofisticada fruto de la inteligencia humana combinada con su laborar manual.

Aunque la economía necesita tratar con las realidades materiales por su origen y, por lo tanto, necesita conocimientos de las ciencias de la naturaleza, lo importante no son esas realidades en sí mismas consideradas, sino en cuanto pueden servir al hombre, es decir, en cuanto valen. El punto de vista desde el que la economía estudia esas realidades es el punto de vista de su valor. El valor está en el centro de todo análisis económico.

Sin embargo, como el valor económico hace referencia al hom­bre, a sus finalidades, la economía necesita conocer esos fines y, por tanto, conocer la naturaleza humana. Ello nos conduce a la necesi­dad de información sobre las ciencias del hombre.

La economía ejerce una función de mediación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas. No pretende conocer las cosas tal como son en sí, sino su capacidad de relación humana. La economía, al estudiar el valor económico, lo que intenta es entresacar la «vocación» humana que tiene esa realidad material.

El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error. Conociendo que hay Dios conocemos una verdad, porque realmente Dios existe; conociendo que la variedad de las estaciones depende del Sol, conocemos una verdad, porque, en efecto, es así; conociendo que el respeto a los padres, la obediencia a las leyes, la buena fe en los contratos, la fidelidad con los amigos, son virtudes, conocemos la verdad; así como caeríamos en error pensando que la perfidia, la ingratitud, la injusticia, la destemplanza, son cosas buenas y laudables.

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La economía humana y la propiedad tiene un mismo y común origen económico, ya que ambos se fundamentan, en definitiva, en el hecho de que la cantidad disponible de algunos bienes es inferior a la necesidad humana. Por consiguiente, la propiedad, al igual que la economía humana, no es una invención caprichosa, sino más bien la única solución práctica posible del problema con que nos enfrenta la naturaleza humana de las cosas. 

LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAÍSO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA – José Luis Orella

LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAISO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA Introducción El descubrimiento de América es uno de los grandes acontecimientos de la historia universal y escribe a España como una de las naciones cuna de civilización. La monarquía española controlará extensos territorios, que en el siglo XVIII abarcarán desde Alaska hasta la Araucania. Sin… Seguir leyendo LA CONSTRUCCIÓN DEL PARAÍSO: ESPAÑA Y LOS INDIOS  DE AMÉRICA – José Luis Orella

Antonio Domínguez Ortiz, de la Real Academia Española de la Historia, al iniciar el capítulo titulado El gran siglo nos dice:

Aunque más dinámica que la Alta, la Baja Edad Media española medía su ritmo por siglos: se necesitaron dos, el XI y el XII, para decidir si España sería europea o africana, y en los siglos XIV y XV España se abrió a otros horizontes, los mares del vasto mundo. A la vez que esto ocurría en Occidente, la Europa nuclear, desde los Pirineos hasta el Elba, heredera del Imperio Romano de Occidente, quedaba libre de la amenaza de las estepas de Asia. No así el antiguo imperio de Oriente, luego llamado Bizantino, engullido lentamente por los otomanos, substraído a la cristiandad y a las formas de vida y cultura ligadas a ella. En el otro extremo de Asia, una China milenaria, inalterable, continuaba desplegando sus ciclos, mientras en el occidente de Eurasia se incubaba el Gran Viraje. En aquel milenario desplazamiento del centro de gravedad de la cultura humana desde Egipto a Grecia y luego a Roma, tras el intermedio de los Siglos Oscuros le llegó el turno al extremo Occidente, a los pueblos de la Península Ibérica. Ellos protagonizaron la más grande aventura jamás realizada, la circunnavegación del Planeta, en unos sitios plantando jalones, en otros implantándose de modo definitivo, trasplantando personas, creencias y modos de vida incubados en el extremo euroasiático a escenarios más vastos. El viraje de Magallanes-Elcano materializó esta revolución sin precedentes y el Tratado de Tordesillas dio marco legal al más ambicioso, al más increíble de los proyectos: el reparto del Globo entre dos pueblos ibéricos.

 Antonio Domínguez Ortiz,  España. Tres milenios de Historia,  Madrid, Ediciones de Historia, 2001, p 131.

2.3      Tomás de Mercado.

2.3      Tomás de Mercado.  Lucas Beltrán nos refiere esta sencilla y sugerente semblanza de Tomás de Mercado[1]:  Este autor nació en Sevilla, en fecha desconocida, pero sin duda próxima a 1530. Muy joven fue a América y, en la ciudad de Méjico, ingresó en la Orden de Santo Domingo. Durante un tiempo ejerció el… Seguir leyendo 2.3      Tomás de Mercado.

Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.