«Podemos entender entonces la economía como ese proceso dinámico, acumulativo y expansivo en valor que consiste en la transformación ordenada de la materia generación tras generación de cara a una vida mejor y proporcionadamente más adecuada para el mayor número de personas.  Es esa lucha constante por erradicar la pobreza en todos sus aspectos. Éste es uno de los grandes objetivos que la humanidad está tratando de alcanzar desde los siglos originales perdidos en el tiempo.»

Aun cuando continúo pensando que principalmente soy economista, he llegado a la conclusión, para mí cada vez más evidente, de que las respuestas a muchos de los acuciantes problemas sociales de nuestro tiempo encuentran, sin duda, su base sustentación en principios que caen fuera del campo de la técnica económica o de cualquier otra disciplina aislada”.

Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 4ª edición., 1982. p. 22

Crusoe debe producir antes de poder consumir. Sólo respetando esta secuencia le es posible el consumo. En este proceso de producción,  de transformación, el hombre moldea y modifica el entorno natural para sus propios fines, en lugar de verse simplemente determinado, como los animales, por este entorno.

Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Pág. 61.
 La transformación económica del mundo en los últimos doscientos años es conocida por todos, pero no suficientemente apreciada. El libro de Adam Smith ‘Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones’ proclamó en 1776 las ventajas de la economía de mercado, de la libertad para producir bienes, cambiarlos y consumirlos, y sus efectos beneficiosos fueron de una magnitud de la que pocos se dan cuenta.                
Antes de 1776 la vida de la gran mayoría de los hombres era corta, pobre y dura. En Europa, las hambres y las pestes barrían las naciones cada treinta años aproximadamente. En Francia, en vísperas de la Revolución, el ochenta por ciento de las familias destinaban a pan el noventa por ciento de sus ingresos. Y Francia era entonces el país más rico del mundo. Los viajeros europeos que se atrevían a visitar las tierras de Asia y África encontraban allí manifestaciones de miseria más intensas que las que estaban acostumbrados a ver en sus países.
 La visión de la realidad económica anterior al siglo XVIII está deformada por las obras de arte de aquel tiempo que han sobrevivido: los palacios, las pinturas, las esculturas, los muebles, las joyas. Pero estas maravillas eran la consecuencia de unas diferencias de rentas entre las personas muy superiores a las actuales. Tales obras de arte las disfrutaban solamente una pequeña minoría de la población. La mayor parte de los hombres y mujeres pasaron por el mundo consumiendo muy poco y sin dejar rastro de su miseria.
 Las ideas de  Adam Smith tuvieron general aceptación, los gobiernos inspiraron sus leyes en ellas y sus resultados fueron asombrosos.  En Inglaterra los salarios reales doblaron entre 1800 y 1850 y volvieron a doblar entre 1850 y 1900. Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la población inglesa se cuadruplicó. En Estados Unidos la libertad económica, juntamente con la libertad política y la democracia, fueron proclamadas principios de la vida del país desde su  independencia, e hicieron de él el más rico estable y poderoso del mundo. En las demás naciones existió un estrecho paralelismo entre la intensidad de la aplicación de la economía de mercado y la rapidez de su desarrollo económico. Estos procesos han continuado hasta hoy, a través de crisis y alternativas: la libertad política, la libertad económica, la estabilidad social y el bienestar popular han ido casi siempre juntos. La intervención del Estado en la economía, la tiranía, el desorden y la revolución han estado también asociados.
Lucas Beltrán, Op. cit., pp. 234-235

Dos son las partes de la justicia, hacer el bien y apartarse del mal.

El primero no se debe a todos promiscuamente, sino a personas determinadas; y a quien principalmente se debe es a Dios y a los padres según Dios; sin embargo, no injuriar y no herir es cosa debida a todos; y por eso, después de la primera tabla y del cuarto mandamiento con los cuales mándanse aquellas cosas que se deben a Dios y a los padres, prohíbense muy acertadamente en general los males de todos[1]. La justicia es a otro; mas la fortaleza y la templanza componen al hombre en orden a sí mismo[2].

[1]  Domingo de Soto, Tratado de la justicia y el derecho, T. II, Madrid, Editorial Reus, 1922 T. II, p. 50.
[2]  Domingo de Soto, Ibid. T. II, p. 23.

Para los austriacos la concepción subjetivista consiste en el intento de construir la Ciencia Económica partiendo siempre del ser humano real de carne y hueso, considerado como actor creativo y protagonista de todos los procesos sociales. Por eso, para Mises, “la teoría económica no trata sobre cosas y objetos materiales; trata sobre los hombres, sus apreciaciones y, consecuentemente, sobre las acciones humanas que de aquéllas se deriven. Los bienes, mercancías, las riquezas y todas demás nociones de la conducta, no son elementos de la naturaleza, sino elementos de la mente y de la conducta humana. Quien desee entrar en este segundo universo debe olvidarse del mundo exterior, centrando su atención en lo que significan las acciones que persiguen los hombres.”  Ludwig von Mises, La acción humana: Tratado de economía, 5ª edición española traducida por Joaquín Reig Albiol y publicada con un “Estudio Preliminar” de Jesús Huerta de Soto, Unión Editorial, Madrid, 1995, (6ª. ed., 2001), pp. 111-112. Más adelante, en la p. 169, Mises añade, en la misma línea, que “la producción no es un hecho físico, natural y externo; al contrario, en un fenómeno intelectual y espiritual”. 

Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002,  p. 27.

SUR LE CONCEPT DE DEVÉLOPPEMENT

SUR LE CONCEPT DE DEVÉLOPPEMENT Il convient de répéter que la valeur économique, comme relation, est une ordonnance d’une chose à une autre. Une ordonnance,  en définitive, d’une chose à l’homme, à ses besoins, à ses objectives. La valeur de quelque chose ne doit pas être autre que celle de se diriger à son terme… Seguir leyendo SUR LE CONCEPT DE DEVÉLOPPEMENT

Los platónicos juzgaban la existencia real concreta, fáctica, temporal del hombre muy limitada. En realidad, esta existencia (la única de la que tenemos experiencia) supone para ellos una caída del hombre respecto de un estado anterior de gracia, respecto de su modo de ser original, ideal, perfecto y eterno, de una perfección casi divina y sin límites, que ahora ya no existe. En el audaz giro semántico de los platónicos, este modo de ser perfecto se convirtió en el modo de ser verdaderamente real, en la verdadera esencia del hombre, de la que nosotros hemos sido alienados o despojados. La naturaleza del hombre (y la de las demás entidades) del mundo consiste en ser algo y en serlo en el tiempo; con el giro semántico platónico, sin embargo, el hombre verdaderamente existente es el eterno, el que existe fuera del tiempo y carece de limitaciones. Se supone así que la condición del hombre sobre la tierra es de degradación y alineación, y que su tarea consiste en volver a ese modo de ser «verdadero», ilimitado y perfecto que supuestamente era el de su estado original. 

Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 34.

Ya A. Smith distinguía perfectamente entre valor de uso y valor de cambio al indicar que debemos distinguir el «valor de uso», que es la utilidad o capacidad de un objeto para satisfacer necesidades, del «valor de cambio», que es el poder de un objeto para adquirir otros bienes.«Ha de observarse que la palabra VALOR tiene dos significados diferentes; a veces expresa la utilidad de cierto objeto en particular y otras el poder de compra que otorga la posesión de dicho objeto. Una puede ser denominada valor de uso, y la otra, valor de cambio«. También Aristóteles los distinguió cuando al no descubrir la conexión entre valores de uso y valores de cambio llegó incluso a separar en dos ciencias el estudio de ambos fenómenos. «Aristóteles definió la economía como el arte de acumular los bienes necesarios para la vida de una familia, definición que se refiere primordialmente al valor de uso de los bienes, pues en eso se basa la vida de una familia. El conjunto de esos bienes es lo que llamó riqueza natural. En contraposición al  arte de la economía, definió el de la crematística como arte de acumular bienes que tienen primordialmente un valor de cambio, y definió el conjunto de ellos como riqueza artificial, porque a diferen­cia de la economía, cuyo fin natural es la vida de una familia, la crematística le parecía un proceso indefinido, carente de fin natural.»

El mercado no es otra cosa que una maravillosa justificación y apreciación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista y de todas las perspectivas. Para sacar el máximo partido a cada situación el individuo deberá actuar según el sentido común espontáneo de su propia perspectiva haciendo caso omiso de los imperativos que desde las cúspides de poder o desde la presión de las modas o las opiniones públicas abstractas tratan de coaccionarle. Cada uno procurará extraer el máximo valor a cada circunstancia siendo fiel al imperativo unipersonal y familiar que representa su individualidad. De esta forma conviene afirmar desde el principio que el intercambio potencia la riqueza porque con el intercambio todos los actores y todos los patrimonios, ganan. El valor de uso total aumenta. La comple­mentariedad horizontal y vertical de los patrimonios ha aumentado y ha aumentado, por tanto, su valía.